lunes, 11 de marzo de 2013

TOMA BARRIAL SAN CAYETANO



Como es sabido todo Medellín se encuentra en medio de un control territorial por grupos paramilitares y algunas disidencias o reductos de las desmovilizaciones, los barrios populares son quienes padecen de forma más violenta dicho control, esta dinámica ha generado procesos de control social, donde la apropiación del espacio público está condicionada por dichos grupos.

Las zonas donde está prohibida cualquier alteración del orden, por ser lugares donde los que están al mando de los grupos y sus negocios van a divertirse se identifican claramente,   pues aunque son cercanas a barrios populares su realidad pareciera ser distinta, carros y motos lujosas, establecimientos  que en muchas ocasiones sirven de fachada para "lavar" los dineros del narcotráfico y en general pequeños mundillos de la mafia local.

El uso distinto que le puedan dar otras personas a estos lugares será vigilado y controlado constantemente, uno de estos lugares es la zona rosa de San Cayetano, uno de los barrios con más concentración de capital y mafia de la Zona Nor-oriental de Medellín, ubicado en la comuna cuatro, justo arriba de Comfama de Aranjuez es una muestra más de la jerarquización de la sociedad y su división en clases, inundado de bares, salones de eventos, discotecas, unidades cerradas, una estación de policía que como ya lo sabemos es ciega y cómplice ante los desmanes de la llamada clase emergente (los narco paramilitares) y claro está, la presencia de la iglesia católica.

Justo detrás de la inmensa iglesia, que no se parece en nada a las parroquias de los barrios que quedan loma arriba, se venían dando encuentros entre jóvenes que escapan a ese mundo de fantasía y degradación de los sectores populares. Donde ser campanero, carrito o peor aún el "cachorro" del jibaro (dueño de las plazas de vicio) se convierte en motivo de orgullo y por tanto de estatus dentro del grupo social, eliminando todo sueño de transformación social ocupándose en escalar una pirámide mas, que aunque ilegal se enmarca dentro de las enseñanzas del capitalismo: escalar la pirámide social.

Las tertulias como les llamaron a los encuentros detrás de la iglesia, es un espacio de creación, de compinchería y de diversión, donde músicos, skates, malabaristas y en general quien se quisiera parchar era bienvenido. Escuchando las canciones de los parceros, o pillando los nuevos trucos de los malabaristas y los skates al son de vino, marihuana y otras sustancias para la armonización de la noche se llenaba de vida y color la cuadra que fue pensada para parquear los carros de la clase media que construyo el barrio.

Ante la intolerancia de algunos, sobre todo de la iglesia (nada extraño) con la presencia de estos jóvenes distintos, que no van a al Tolucho a comerse el churrasco ni a la heladería a comprar el helado de 12.000, sino que llevan su chicha, marihuana en algunos casos cultivada por ellos mismos y una garrafa de vino de 3.000. Empieza la persecución a la diferencia y por su puesto a la rebeldía, el cura es uno de sus principales promotores, además del poder que le da el pulpito tiene de amigos a los paracos, los encargados de dejar la cuadra vacía.

Las tertulias dejaron de hacerse y ante una propuesta de retomar el lugar, sus antiguos habitantes piensan que es mejor pedirle permiso al cura y hablar con los manes que controlan el sector. Es el miedo y la legitimación   que la gente le ha dado a estos personajes lo que los hace poderosos, fue el miedo y la obediencia lo que permitió dejar el parche y es el miedo y la obediencia quienes habitan no solo esta zona, sino también nuestras mentes, oprimiendo nuestros corazones condenándonos por siempre a la sumisión.

Hoy la articulación juvenil quiere volver a llenar de vida estos lugares, con la palabra romper el silencio que oculta nuestra rabia e indignación, con lo que sabemos hacer: El arte como resistencia. Con nuestros rostros pintados, la cuentera en rebeldía, las liricas insumisas de los músicos de barrios no tan lejanos, las narices subversivas, rojas como nuestros corazones, la mirada cómplice del payaso con su público, rompiendo el aire con las clavas de fuego, plasmando en los muros ese arte efímero pero consiente, retomar ese espacio que nos fue negado y volver esa indignación en dignidad.