Como es sabido todo Medellín se
encuentra en medio de un control territorial por grupos paramilitares y algunas
disidencias o reductos de las desmovilizaciones, los barrios populares son
quienes padecen de forma más violenta dicho control, esta dinámica ha generado
procesos de control social, donde la apropiación del espacio público está
condicionada por dichos grupos.
Las zonas donde está prohibida
cualquier alteración del orden, por ser lugares donde los que están al mando de
los grupos y sus negocios van a divertirse se identifican
claramente, pues aunque son cercanas a barrios populares su
realidad pareciera ser distinta, carros y motos lujosas,
establecimientos que en muchas ocasiones sirven de fachada para
"lavar" los dineros del narcotráfico y en general pequeños mundillos
de la mafia local.
El uso distinto que le puedan dar
otras personas a estos lugares será vigilado y controlado constantemente, uno
de estos lugares es la zona rosa de San Cayetano, uno de los barrios con más concentración
de capital y mafia de la Zona Nor-oriental de Medellín, ubicado en la comuna
cuatro, justo arriba de Comfama de Aranjuez es una muestra más de la jerarquización
de la sociedad y su división en clases, inundado de bares, salones de eventos,
discotecas, unidades cerradas, una estación de policía que como ya lo sabemos
es ciega y cómplice ante los desmanes de la llamada clase emergente (los narco
paramilitares) y claro está, la presencia de la iglesia católica.
Justo detrás de la inmensa iglesia,
que no se parece en nada a las parroquias de los barrios que quedan loma
arriba, se venían dando encuentros entre jóvenes que escapan a ese mundo de fantasía
y degradación de los sectores populares. Donde ser campanero, carrito o peor aún
el "cachorro" del jibaro (dueño de las plazas de vicio) se convierte
en motivo de orgullo y por tanto de estatus dentro del grupo social, eliminando
todo sueño de transformación social ocupándose en escalar una pirámide mas, que
aunque ilegal se enmarca dentro de las enseñanzas del capitalismo: escalar la pirámide
social.
Las tertulias como les llamaron a los
encuentros detrás de la iglesia, es un espacio de creación, de compinchería y
de diversión, donde músicos, skates, malabaristas y en general quien se
quisiera parchar era bienvenido. Escuchando las canciones de los parceros, o
pillando los nuevos trucos de los malabaristas y los skates al son de vino,
marihuana y otras sustancias para la armonización de la noche se llenaba de
vida y color la cuadra que fue pensada para parquear los carros de la clase
media que construyo el barrio.
Ante la intolerancia de algunos,
sobre todo de la iglesia (nada extraño) con la presencia de estos jóvenes
distintos, que no van a al Tolucho a comerse el churrasco ni a la heladería a
comprar el helado de 12.000, sino que llevan su chicha, marihuana en algunos
casos cultivada por ellos mismos y una garrafa de vino de 3.000. Empieza la persecución
a la diferencia y por su puesto a la rebeldía, el cura es uno de sus
principales promotores, además del poder que le da el pulpito tiene de amigos a
los paracos, los encargados de dejar la cuadra vacía.
Las tertulias dejaron de hacerse y
ante una propuesta de retomar el lugar, sus antiguos habitantes piensan que es
mejor pedirle permiso al cura y hablar con los manes que controlan el sector.
Es el miedo y la legitimación que la gente le ha dado a estos
personajes lo que los hace poderosos, fue el miedo y la obediencia lo que permitió dejar
el parche y es el miedo y la obediencia quienes habitan no solo esta zona, sino
también nuestras mentes, oprimiendo nuestros corazones condenándonos por
siempre a la sumisión.
Hoy la articulación juvenil quiere
volver a llenar de vida estos lugares, con la palabra romper el silencio que
oculta nuestra rabia e indignación, con lo que sabemos hacer: El arte como
resistencia. Con nuestros rostros pintados, la cuentera en rebeldía, las
liricas insumisas de los músicos de barrios no tan lejanos, las narices subversivas,
rojas como nuestros corazones, la mirada cómplice del payaso con su público,
rompiendo el aire con las clavas de fuego, plasmando en los muros ese arte efímero
pero consiente, retomar ese espacio que nos fue negado y volver esa indignación
en dignidad.
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