Ante la coyuntura de negociación actual del
conflicto social y político sostenido durante más de 60 años en el territorio
nacional, es imperioso preguntarse ¿cómo las propuestas de resistencia cultural
y artística promovidos desde las juventudes populares urbanas se han visto
afectadas por las dinámicas de conflictividad y militarización?, a la vez que
se visibiliza en la respuesta a este interrogante, las maneras en cómo dichas
propuestas culturales y pedagógicas se constituyen en sí mismas en referentes
de deconstrucción y problematización de la guerra y sus dinámicas
socioculturales y políticas en la vida cotidiana. Lo anterior, permitirá en
alguna medida dimensionar las formas alternativas de construcción de paz que
desde las juventudes se han venido tejiendo históricamente en medio del conflicto,
pese a las lógicas de intimidación y contención política-cultural que ello
implica.
Uno de los elementos fundamentales que
deben tenerse presente para esta reflexión es cuál es la visión de la paz que
han logrado construir los y las jóvenes de las barriadas. Sobre todo, si se
tiene presente que tanto la constitución de los territorios populares urbanos,
como las dinámicas organizativas y de actuación política en estas localidades
ha estado transversalizada por la violencia, evidenciada por ejemplo en los
records históricos de asesinatos, así como en los aun altos índices de miseria
e insatisfacción de necesidades básicas que padecemos sus pobladores.
A lo anterior, se suman los hechos en
medio de los cuales los y las pobladoras han vivenciado en diversas coyunturas
procesos de desmovilización tanto de fuerzas insurgentes como las milicias
populares y del M19 a principios de 1990, y más recientemente las agrupaciones
paramilitares vinculadas a las AUC. Sucesos que han resultado en intentos de
posicionamiento de una “paz institucional”, que en nada se corresponde con lo
que sería un proyecto de paz con justicia social de índole estable y duradera
como se proponen en el proceso actual.
En este sentido, lo primero que salta a la
vista es que la paz en estos territorios significa mucho más que la “dejación
de armas” y reincorporación civil de los combatientes. Uno de los principales
efectos de la degradación y larga duración del conflicto tiene que ver con las
dinámicas de militarización de los
cuerpos y territorios vía la mercerización de las vidas de las y los jóvenes,
así como con la reproducción de prácticas, liderazgos y referentes personalistas
y clientelares en el entendimiento y puesta en práctica de la política, la
persecución y criminalización del pensamiento disidente que siguen a la orden
del día en el desarrollo cotidiano de lo que es la vida en lo urbano y rural.
Situaciones agravadas cada vez más a través de la implementación de políticas asistencialistas
y cortoplacistas en el plano social, aunadas a dinámicas de intensificación de
la seguridad y el control que privilegian el aumento de fuerza y el abordaje
punitivo de fenómenos de conflictividad como el de las Bandas criminales y sus
disputas territoriales por el control del microtráfico y el orden ilegal. Propuestas
que se han quedado cortas en su misión de lograr una pacificación del país, así
como de implementar un proyecto de vida
buena, donde el respeto por la vida y derechos de los y las demás sea el imperativo
político y ético tanto de la actuación institucional como el de los ciudadanas
y ciudadanos.
Ante este panorama, las y los jóvenes
hemos debido de idear estrategias que permitan aprovechar el potencial
emancipatorio y transformador de las expresiones artísticas y estéticas contraculturales
como el Punk, el Hip-Hop, el teatro callejero y la educación popular, desde las
cuales problematizamos y dimensionamos el contexto de alienación,
empobrecimiento y estigmatización al que estamos siendo sometidos en la
cotidianidad por los medios masivos y sus discursos hegemónicos sobre la
conflictividad, sus causas y efectos concretos en las poblaciones y territorios.
Por ello partimos del reconocer que la paz
se construye no sólo desde las dinámicas macropoíticas como lo es este proceso
de negociación en la Habana, sino que por el contrario, es cotidianamente desde
la micropolítica que ofrecen los distintos escenarios individuales, familiares,
grupales y comunitarios que como sujetos tenemos la oportunidad de cuestionar
los órdenes y patrones capitalistas, patriarcales, hegemónicos y de amnesia
selectiva que han incentivado la polarización tendenciosa y desesperanzadora
frente a lo que nos pasa, limitando con ello la construcción estructural de una
cultura de paz y resolución dialogadas de las diferencias y conflictos.
Vemos con una mirada expectante los
esfuerzos que desde la insurgencia se vienen promoviendo por desescalar el
conflicto, lo cual ha permitido tanto en el escenario rural como en las ciudades
recobrar las confianzas y propuestas de diálogo sobre otras maneras de disputar
el poder político y lograr los cambios estructurales que el país necesita. Sin
embargo, hoy más que nunca se evidencia que este proceso no será fácil, pues la
coyuntura muestra que no sólo a la institucionalidad le ha faltado compromiso
para desmontar el paramilitarismo y las dinámicas de persecución y eliminación
política de las disidencias, sino que su modelo de desarrollo cada vez más
reprimariza la economía aumentando la dependencia económica, a la vez que
socava las posibilidades de dignificación del campesinado y comunidades
raizales e indígenas que constantemente se ven sometidas a desplazamientos
masivos y engrosamiento de las filas de miserias en las laderas de nuestros
barrios reproduciendo así el circulo vicioso del empobrecimiento y la
indignación.
Finalmente queremos insistir en la
necesidad de construir un fuerte movimiento que además de defender los diálogos
en la Habana, deje bien claro que la dignidad no se negocia. Son palabras
fuertes para el contexto, pero nuestros enemigos (y la historia lo ha
demostrado) mientras hablan de paz tienen debajo del brazo innumerables
proyectos que continúan la doctrina de seguridad nacional bajo la concepción del
enemigo interno. vemos como en nuestros barrios el poderío de los herederos del
paramilitarismo se viene multiplicando, teniendo bajo su control negocios como
el del gas, las arepas y los huevos, en las pasadas elecciones fue evidente la
existente red de criminales que siguen montando sus políticos y vemos como
ahora para la elección de juntas de acción comunal se siguen repartiendo el
pastel los que antaño fueran la mano derecha de algún sirviente de Don Berna,
por citar solo uno de esa apestosa camada de asesinos.
Los
enemigos del pueblo, que son los enemigos de la paz siguen cargando sus armas y
enfilando sus líderes en los puestos de poder, desde el 2012 que se abrió
públicamente la mesa de diálogos, año en el que fue el lanzamiento de la marcha
patriótica hasta la fecha han asesinado a 112 militantes, sin contar los
cientos de compañeros presos que tenemos. Hemos leído juiciosamente cada punto
y cada acuerdo emanado de la mesa, los culpables de estas muertes y de estos
presos son los representados por Humberto de la Calle, que sabemos bien, no es
el pueblo. Alertamos que se avecina un nuevo Genocidio político en nuestro
país, no habrá acuerdo que detenga esta barbarie mientras el comandante
ejemplar del paramilitarismo sigue vociferando sus maldiciones desde los sillones
del senado. Como resultado solo obtendrán el surgimiento de nuevas expresiones
armadas tanto de izquierda como de derecha y ese rio de sangre que nos baña
desde la colonia simplemente sentirá la creciente y seguirá su curso como es
habitual.