viernes, 25 de marzo de 2016

Las Juventudes populares decimos que la dignidad no se negocia. Un aporte a la construcción de paz.



Ante la coyuntura de negociación actual del conflicto social y político sostenido durante más de 60 años en el territorio nacional, es imperioso preguntarse ¿cómo las propuestas de resistencia cultural y artística promovidos desde las juventudes populares urbanas se han visto afectadas por las dinámicas de conflictividad y militarización?, a la vez que se visibiliza en la respuesta a este interrogante, las maneras en cómo dichas propuestas culturales y pedagógicas se constituyen en sí mismas en referentes de deconstrucción y problematización de la guerra y sus dinámicas socioculturales y políticas en la vida cotidiana. Lo anterior, permitirá en alguna medida dimensionar las formas alternativas de construcción de paz que desde las juventudes se han venido tejiendo históricamente en medio del conflicto, pese a las lógicas de intimidación y contención política-cultural que ello implica.

Uno de los elementos fundamentales que deben tenerse presente para esta reflexión es cuál es la visión de la paz que han logrado construir los y las jóvenes de las barriadas. Sobre todo, si se tiene presente que tanto la constitución de los territorios populares urbanos, como las dinámicas organizativas y de actuación política en estas localidades ha estado transversalizada por la violencia, evidenciada por ejemplo en los records históricos de asesinatos, así como en los aun altos índices de miseria e insatisfacción de necesidades básicas que padecemos sus pobladores.

A lo anterior, se suman los hechos en medio de los cuales los y las pobladoras han vivenciado en diversas coyunturas procesos de desmovilización tanto de fuerzas insurgentes como las milicias populares y del M19 a principios de 1990, y más recientemente las agrupaciones paramilitares vinculadas a las AUC. Sucesos que han resultado en intentos de posicionamiento de una “paz institucional”, que en nada se corresponde con lo que sería un proyecto de paz con justicia social de índole estable y duradera como se proponen en el proceso actual.

En este sentido, lo primero que salta a la vista es que la paz en estos territorios significa mucho más que la “dejación de armas” y reincorporación civil de los combatientes. Uno de los principales efectos de la degradación y larga duración del conflicto tiene que ver con las dinámicas de  militarización de los cuerpos y territorios vía la mercerización de las vidas de las y los jóvenes, así como con la reproducción de prácticas, liderazgos y referentes personalistas y clientelares en el entendimiento y puesta en práctica de la política, la persecución y criminalización del pensamiento disidente que siguen a la orden del día en el desarrollo cotidiano de lo que es la vida en lo urbano y rural. Situaciones agravadas cada vez más a través de la implementación de políticas asistencialistas y cortoplacistas en el plano social, aunadas a dinámicas de intensificación de la seguridad y el control que privilegian el aumento de fuerza y el abordaje punitivo de fenómenos de conflictividad como el de las Bandas criminales y sus disputas territoriales por el control del microtráfico y el orden ilegal. Propuestas que se han quedado cortas en su misión de lograr una pacificación del país, así como de implementar un proyecto de vida buena, donde el respeto por la vida y derechos de los y las demás sea el imperativo político y ético tanto de la actuación institucional como el de los ciudadanas y ciudadanos.

Ante este panorama, las y los jóvenes hemos debido de idear estrategias que permitan aprovechar el potencial emancipatorio y transformador de las expresiones artísticas y estéticas contraculturales como el Punk, el Hip-Hop, el teatro callejero y la educación popular, desde las cuales problematizamos y dimensionamos el contexto de alienación, empobrecimiento y estigmatización al que estamos siendo sometidos en la cotidianidad por los medios masivos y sus discursos hegemónicos sobre la conflictividad, sus causas y efectos concretos en las poblaciones y territorios.

Por ello partimos del reconocer que la paz se construye no sólo desde las dinámicas macropoíticas como lo es este proceso de negociación en la Habana, sino que por el contrario, es cotidianamente desde la micropolítica que ofrecen los distintos escenarios individuales, familiares, grupales y comunitarios que como sujetos tenemos la oportunidad de cuestionar los órdenes y patrones capitalistas, patriarcales, hegemónicos y de amnesia selectiva que han incentivado la polarización tendenciosa y desesperanzadora frente a lo que nos pasa, limitando con ello la construcción estructural de una cultura de paz y resolución dialogadas de las diferencias y conflictos.

Vemos con una mirada expectante los esfuerzos que desde la insurgencia se vienen promoviendo por desescalar el conflicto, lo cual ha permitido tanto en el escenario rural como en las ciudades recobrar las confianzas y propuestas de diálogo sobre otras maneras de disputar el poder político y lograr los cambios estructurales que el país necesita. Sin embargo, hoy más que nunca se evidencia que este proceso no será fácil, pues la coyuntura muestra que no sólo a la institucionalidad le ha faltado compromiso para desmontar el paramilitarismo y las dinámicas de persecución y eliminación política de las disidencias, sino que su modelo de desarrollo cada vez más reprimariza la economía aumentando la dependencia económica, a la vez que socava las posibilidades de dignificación del campesinado y comunidades raizales e indígenas que constantemente se ven sometidas a desplazamientos masivos y engrosamiento de las filas de miserias en las laderas de nuestros barrios reproduciendo así el circulo vicioso del empobrecimiento y la indignación.

Finalmente queremos insistir en la necesidad de construir un fuerte movimiento que además de defender los diálogos en la Habana, deje bien claro que la dignidad no se negocia. Son palabras fuertes para el contexto, pero nuestros enemigos (y la historia lo ha demostrado) mientras hablan de paz tienen debajo del brazo innumerables proyectos que continúan la doctrina de seguridad nacional bajo la concepción del enemigo interno. vemos como en nuestros barrios el poderío de los herederos del paramilitarismo se viene multiplicando, teniendo bajo su control negocios como el del gas, las arepas y los huevos, en las pasadas elecciones fue evidente la existente red de criminales que siguen montando sus políticos y vemos como ahora para la elección de juntas de acción comunal se siguen repartiendo el pastel los que antaño fueran la mano derecha de algún sirviente de Don Berna, por citar solo uno de esa apestosa camada de asesinos.

 Los enemigos del pueblo, que son los enemigos de la paz siguen cargando sus armas y enfilando sus líderes en los puestos de poder, desde el 2012 que se abrió públicamente la mesa de diálogos, año en el que fue el lanzamiento de la marcha patriótica hasta la fecha han asesinado a 112 militantes, sin contar los cientos de compañeros presos que tenemos. Hemos leído juiciosamente cada punto y cada acuerdo emanado de la mesa, los culpables de estas muertes y de estos presos son los representados por Humberto de la Calle, que sabemos bien, no es el pueblo. Alertamos que se avecina un nuevo Genocidio político en nuestro país, no habrá acuerdo que detenga esta barbarie mientras el comandante ejemplar del paramilitarismo sigue vociferando sus maldiciones desde los sillones del senado. Como resultado solo obtendrán el surgimiento de nuevas expresiones armadas tanto de izquierda como de derecha y ese rio de sangre que nos baña desde la colonia simplemente sentirá la creciente y seguirá su curso como es habitual.





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