Medellín, una ciudad con un aproximado de 2.393.011 habitantes donde diferentes estudios
y censos hablan que un 25 % de esta
cifra son jóvenes[1]
entres los 14 y 26 años y de ese 25, un 18%
son jóvenes hombres y mujeres de barrios populares y territorios en donde se viven dificultades propias de un sistema económico,
social y político en el que nos
encontramos inmersas e inmersos.
Ciudad, que en
la última década se viene presentando un reacomodamiento de la propuesta paramilitar en sus barrios,
lugares que además de estar plagados por esto actores armados, tienen presencia
de un sin número de organizaciones juveniles y populares donde es a través de prácticas cotidianas
generan discursos y resistencias a las dinámicas de zozobra y terror impuestos por estos
grupos.
En las calles de los sectores populares Se habla
de un secreto a voces las no tan
celebres “fronteras invisibles” que lo único que buscan es lotear los sueños
de dignidad de hombres y mujeres jóvenes que construyen mundos en libertad y dignos.
Fronteras
invisibles que masacran las voces, los cuerpos, y las esperanzas de eso jóvenes
líderes, constructores de nuevas posibilidades, que condicionan y
militarizan la vida cotidiana de sus
habitantes hombres y mujeres, justificando
la intervención militar de un estado guerrerista como el colombiano.
Las practicas
cotidianas se
modifican, codificando lenguajes miradas,
sentires formas de hacer, que deben ser autorizadas por quienes se creen
dueños de nuestros territorios
construidos a pulso de lucha organización y trabajo.
Es necesario
generar niveles de organización que
trasgreda estas formas de control territorial y trabajar buscando que
desde los sectores populares generemos unidad política y popular
posibilitando niveles de organización popular buscado
resistir y romper las barreras
que los diferentes actores armados promulgan en nuestro barrios y barriadas
populares
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